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cimiento. Rara obra esta, el santorologio de fray Gonzalo. Lo franciscano que parece indiviso, con una pluralidad monótona de virtudes, aparece, en ella, múltiple; son individualidades que dan al conjunto un cabrilleo sorprendente. Obra de f acetación más que obra de recolección. Un aire en cada página; un grosor de pincel en cada humanidad; un espejillo distinto para cada visaje. Pero esta obra, afirmamos, nace en el mediodía creacional del fraile erudito y sensitivo. Así como en la antífona mariana hay un «antes del parto», un «en el parto», y un «después del parto», en la se– cuencia creacionista del fraile cordobés hay un parto de luz que va del orto al mediodía para diluirse en lo trémulo del ocaso; para remansarse allí: en pro– fundidades más perdurables. ¿Corresponden estos tres tiempos-scherzo; apasionatto; solemne-a ttes tiempos concordes de vida? Sí y no, como en la ba– lada de la margarita. El alma tiene sus horas, que no se miden ni con la arena, ni con el tic-tac, ni con la rayota de sombra sobre la piedra reloxera. El alma tiene unos calendarios y es dueña de unos zodíacos que dejarían sin sueño a meser Copérnico, pongo por caso. Los relojes de Yuste, ¿qué_ tenían que ver con aquella máquina cuentatiempo del alma del Emperador? El ocaso caminero de fray Gonzalo, es muy sui generis. Yo pienso que se ha echado su capucha so– bre la frente, para anticipar así un atardecer, cuando por sus remos anda la tarde bieu tempeada. ¡ Quien manda, manda!, y en el hombre lo mandatario viene 14
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