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quien prosa llamamos sólo por la inercia de la cos– tumbre. ¿Poeta Juan de Avila? ¡Qué sé yo!... ¡Ca– minante del atardecer, sí; de ese atardecer tan di– fícil para todo lo que sea empeño perdurable... ! Otro enorme caminador tardecino-¡ y va de frai– les !-es el que sólo fué «medio», y murió en Ubeda tras las truculencias de Toledo, con las nunciaturas apostólicas opuestas a lo bello de la descalcez. Juan de la Cruz y de Fontiveros. El, dió con la clave de la noche «bella más que la alborada»; él, tra,stocó el sentido luminoso del tiempo y adjudicó a la tarde iniciaciones de amanecida, que culminarían en el cenit de la gran hora central del nocturno, plena de una llama metafísica que sólo verían y vivírían los caminadores desvelados por la tiniebla-¡ tiniebla no adormecedora, sino desveladora!-, tras la que late el sol vivífico de la Belleza increada o supracreadora. Cuando FRAY GONZALO DE CORDOB.4 nos inició en sus «Caminos de la Tarde», nos dejó mudos de sor.. presa y más mudos de vergüenza ante nuestro propio fracaso andariego. Porque este fray Gonzalo no es, en su fisiología, mucho más capaz que lo somos nos– otros. También hemos pensado, muchas veces, en nuestra superación anatómica sobre el de Avila, y aún más, sobre la del «del pario reformado». Igual– dad por lo menos, si no superación. Anda fray Gonzalo en un medio siglo vencido por privaciones claustrales. Le corren por la barba finas filtraciones de agua de plata y, a veces, el aliento se le desmaya en las horas de coro y hasta en las horas de vaguedad por la huerta francisca, 11

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