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mas a mi Padre, fray Cristóbal de Avendaño, decir de ellos y de sus gozos y temeridades: «Llega un caminante a un río y desea pasar el vado por donµe otra vez lo ha pasado; parécele que va más crecido que otras veces,· pregunta a un pas– tor que halló allí: -Hermano, ¿se puede pasar el vado? -¡ No se puede pasar, baje el río abajo que está cerca la puente, pase por la puente! El caminante, confiado en que el caballo que lleva es bueno, aventúrase a pasar por el vado... ,, Pasó lo que pasó. Con el remojo se le emblande– cieron las alas de la gallardía y volvióse mohíno para sus bardas, cuando el sol no daba en ellas, pero sí en la vergüenza del que salió tan quiquiriquí y vol– vió a sus lares como sopeta en cazuela de desdentada. ¿Quién no ha tenido sus mañaneros caminos? Recuerdo mis veinte años mozos, con la primer quincallería de mis estrofas y una maiiana intermi– nable abierta en radiales caminos. Soy de la tierra llana y paniega, donde toda senda tiene un infinito pegado a los cuatro puntos de la aguja. ¡Tierras del Señorío de Mendoza, con sus villas desmoronadas. y archirrotas, abarrotadas, a un tiempo, de adobes y de mármoles renacientes; villarejos que no son ya otra cosa, más que un espejismo en el confuso refle– jo de su cielo y su suelo, retrabando imposibles qui– meras en los líricos azogues del amanecer... ! Acaso yo no pasé de estos caminos madrugado– res: me quedé en el alba, con la perla de la poesía 8

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