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- 108- ,encargo de presentar al Romano Pontífice en nom– bre d'e cinco famosos caciques, el homenaje de amor _y de sumisión al Vicario de Jesucristo, cuyo mo– tivo fué muy agasajado en 1a Corte Romana. Vuel– to a 1Bspañia, empez.ó sus trabajos apostólicos con tanto ahinco, que bien pronto mereció el glorioso nombre de Apóstol de Galicia. Su fer,vorosa palabra, .racompafü:vda de unción evangélica inimifable, con– vertía a los más obstinados pecadores, quienes de- testando sus pasados extravíos, se entregaban· cual mansos corderillos en manos del infatigable Misio– nero. La fama de Las numerosas conversiones se ex– tendió rápidamente, siencto tal la afluencia de los ,oyentes a sus sermones, que 1os pueblos se despo– blaban para ir a escucharle, los enfermos se colo– •caban por donde habia de pasar y le rogaban, como :en otro tiempo a Jesucristo, que les dijese ,una pa– 'labra o les dirigiese una mirada compasiva; las ma– dres le presentaban sus pequeñuelos para que los bendijese; en fin, en todas partes le recibí:an como .a un enviado de Dios y le veneraban como a un Santo. Bastaba que dijese una cosa cualquiera fá– cil o difícil de ejecutar, para que todos le obede– cieran diciendo: «El P. Carabantes lo ha dicho.» Un señor Obispo, viéndole tan venerado y aclama– do por la muchedumbre, le dijo: «Padre, yo creo que si V. P. quisiese desarraigar la fe y poner otra le sería fácil.» Testigos de su apostál1ico cebo fue– ron muahísimos_ pueblos de las diócesis de Santia– go, Túy, Orense, Lugo, Mondoñedo y Astorga, en ,donde conrvirtió innumerables almas para Jesucristo _y se verificó una compfota transformación en las
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