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por el P. Gumersindo de Est.ella 87 _ desatendía con su minister:.o espiritual a aquellas gen– tes, entre las cuales alcanzó gran popularidad. Había logrado traer a buen camino gran número de ovejas desoarriadas. La infeliz enferma veía que toda la ciudad admiraba al Padre Esteban como a santo y le amaba como a padre. Pensó, como la Cananea del Evangelio, que si lo– graba recibir la bendición de tan grari Siervo de ·Dios, o' al menos besar su mano o ·su. hábito, el Señor le con– cedería el beneficio de la salud. Creía firmemente que por los méritos de tan egregio misione.ro se había de ver libre de las fiebres y de la hemorragia. El Padre Este_ban recibió aviso de qu~ una enf~rma grave recla– maba su ministerio espiritual y se dispuso a salir del convento tomando un compañero.· ' Mas antes postróse ante el Sagrario, según tenía ·por costumbre cuando -;¡_bandonaba el convento. Oró por sí y por la enferma a quien no conocía. Y emprendió su camino hacia la calle de Jerez, después de rezar una Avemaría en la puerta del convento. Llegado que hubo a la casa, la enferma, llena de es– peranza, pidióle Ja bendición. E;l Siervo de Dios la per– suadió a que purificase la conciencia con .una confesión general. Así lo hizo dócilmente. La dirigió. una e~hortación animándola a tener mu– cha confianza en Dios, en cuya mano está la vida y la muerte, la sal~d- y la enfermedad. Y accedió caritativa-

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