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por el P. Gumersindo de Estella 85 lízanse las agitadas conciencias, vuelve la paz a los espíritus, cesan los ayes de angustia; y no se oye más. que la voz de los misioneros.· · Momentos después corren los más significados in– crédulos al templo y a la casa ,de los misioneros, pi– diendo ser oídos en confesión. E~te raro suceso fué ruidosísimo y causó muy ,hon– da impresión no sólo en Chalatenango, sino en toda la república de El Salvador y en los países limítrofes. No queremos discutir aquí la naturaleza de estos he– chos. Pero pe rmítasenos una reflexi6n. ¿ Tenemos derecho a neqar . que el Señor quisiera valerse de un medio extraordinario para provecho espi– ritual de aquella ciudad? Las circunstancias abonan a favor de la existencia de un prodigio: Los habitantes de aquella ciudad · eran sujetos muy refractarios a impresiones de carácter reli– gioso: El asunto del sermón no era a propósito para producir exaltaciones de la imaginación y excitaciones del sis tema nervioso. El clamoreo se suscitó simultáneamente en todos l.:,s sectores de aquella dilatada muchedumbre, no por con~ tagio o por comunicación sucesiva dé estado.s anormales de ánimo: El fruto fué muy saludable, positivo y duradero; pues los más obstinados enemigos de la misión se con– virtieron en pregoneros de ella y en apóstoles, entusias-
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