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84 Lo portentoso del P. Esteban de Adoain pedía con gritos de angustia misericordia al Señor y a la Santísima Virgen. El Siervo de Dios suspende el sermón, ignorando la causa de tales demostraciones de espanto; pasea su mirada por la muchedumbre y observa que unos le– vantan los brazos formando _cruz, otros forcejean :r,or abrirse paso y huir, otros caen desmayados. Y todos con el terror dibujado en el rostro continúan gritando : « ¡misericordia, perdón!. .. ». Preguntados algunos hombres ~ué ocurría, unos con– testaban que veían bajar fuego del cielq; otros, que se veían apariciones de monstruos horrendos amenazando caer sobre el público; etros, finalnente, que se dibuja– ban en el espacio figuras horribles con machete en mano. Afligido nuestro misionero al ver el estado lamen– table de sus oyentes, descendió del púlpito, llamó Gn su ayuda al Padre Bernardino; su auxiliar de aquellos días, y se situó con él en medio de la concurrencia cla– mando ¡calma, silencio! ¡no pasa nada!... Viendo que de nada servían sus palabras, entonó la– Salve en medio de la plaza. Pero tampoco cesaron los alaridos del público. Entonces rompió como pudo ·p:::•r en medio de aque– lla muchedumbre consternada, subió de nuevo al púl– pito y entonó el cántico Perdón oh Dios mío, invitando a todos a hacer un acto de contrición. ¡Recurso admirable! Desde aq~el instante, dice el mismo Padre Esteban en carta a su Superior, tranqui-

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