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76 Lo portentos:i del P. E~teban de Adoain En efecto, todos los habitantes de la villa purificaron sus conciencias con e~ Sacramento de la Penitencia, in– cluso los más indiferentes. Comulgaron con muestras de gran devoción. Por la noche organizóse el imponente acto religioso. Antes de salir del templo, el Padre Esteban dirigió una vibrante plátic_a, no sin lágrimas en los ojos, exhor– tando a adultos y a niños a una verdadera penitencia, anunciándoles que a medida de su ·religioso fervor iba a ser la misericordia de la celestial Pastorcilla de las almas. Luego entregó el estandarte de la _Virgen a los niños, cuyas manos y corazones se habían conservado siempre puros. Y se puso en marcha la procesión más lúgubre que allí se conoció. El Siervo de Dios, emitiendo aquella voz que pare– cía sobrehumana, cantaba con melodía que semejaba un gemido prolongado: «¡Mater Divini Pastoris! ... ». ' Y los fieles contestaban . con voz entrecortada por el dolor: «¡Ora pro nobis! » La procesión se deslizaba muy cerca de cadáveres envueltos en viejas sábanas. ·Los hombres mismos no pQdían contener las lágri– mas. Llegados a la iglesia, el misionero colocó el estan– darte de la Divina Pastora en- el centro del altar mayor. Y rezado el santo rosario, hizo ante la Virgen una ora– ción que repetía el pueblo. Y todos se retiraron con la firme esperc,nza de que

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