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por- el P. Gumersindo de Estella 61 ' y hablando con inmens~ ternura acerca de la caridad . del divino Redentor, que en medio de los más acerbos dolores d~ su agonía en el patíbulo, otorgó el perdón . a sus, v~rdugos. Las lágrimas del misionero caían por sus mejillas y brillaban sobre su venerable barba como gotas de ro– do sobre la yerba. Allí se desarrolló una escena de inmensa emoción que haría llorar a las piedras. El ingente grupo de los santanecos, cayó de rodillas. Tanto hombres como mujeres prorrumpieron en sollo– zos, declarando a gritos, que perdonaban a los indio's. Cayeron de rodillas los indios, y arrasados en lágri– mas los ojos, extendían sus brazos hacia los de Santa Ana, pidiendo el' perdón de sus extravíos. Este-hecho no ha sido registrado en las páginas de ·la historia de aquella república; pero constará ra siempre en las páginas de los após,toles del Cris ia– nismo. (Actas del · Proceso diocesano de Beatificación, gina 394). , a-

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