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por el P. Gumersindo de Estella · 37 Varias veces hubo que traer nuevas flores de la huerta del convento. Centenares de rosarios se pasaron cada hora por su venerando rostro. No contentos con esto los, fieles, le cortaban peda– citos del Hábito y pelos de la barba. , Viendo los religiosos que la devoción traspasaba los límites de la discrecióp, no siendo ellos ·suficientes para contenerla, llamaron a varios agentes de orden público y rodearon el ataúd con bancos. Los funerales revistieron solemnidad extraordinaria. Fueron presididos. por el Excmo. Sr. Don Sebastián He– rrero y Espinosa de los Monteros, Obispo dimisionario de Vitoria, que luego fué Cardenal Arzobispo de Valen– cia, Predicó una elocuentísima oración fúnebre el Arci- ,, . preste de Sanlúcar Don Francisco Rubio Contreras, uno de los más destacados oradores sagrados, de aquel tiempo. _ Cuando levantaron el féretro y se lo llevaron los re– li.giosos al interior de la Clausura, los fieles salieron de la iglesia en tropel, escalaron las tapias de la huerta dentro de la cual se halla el cementerio de la Comuni– dad; y muchísimos saltaron al interior hundiendo, en uno de los lados, una bóveda que cubría los nichos. Otros escalaron los árboles que dominaban la tapia. Todos querían dar el último adiós al Padre Esteban, en ~el momento que quedaba oculto a los ojos ~de los vivos. · Fué depositado ·el venerando c;:adáver en un nicho construído para él, bajo tierra, pentro de la capilla del
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