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l30 Lo portentoso del P. Esteban de Adoain y lo cuenta en el número de sus más esclarecidos hijos. Ya en los días de nuestra infancia, a raíz de su ~uerte, oíamos referir en· las calles de Pamplona las legendarias gestas de este ap()stólico aventurero de la Cruz, digno de las edades más gloriosas. Poco después, al publicarse la noticia de que se ini– ciaban los preliminares de la Causa de Beatificación, los pueblos exteriorizaron su simpatía y devoción, vien– do con agrado que la prensa de la capital se hacía in– térprete de sus sentimientos con artículos de encomio al apóstol navarro. En las cristianísimas aldeas del Valle Urraul Alto y singularmente en Adoain repetíanse las frases de un bardo de aquellas agrestes montañas: «Aquí nació el· ferviente misionero Del celo prisionero Ilustre Padre Adoain Ejemplo de varones, La estrella reluciente y peregrina De la Orden Capuchina Que predicó la fe en siete naciones ». El Muy Ilustre Ayuntamiento de aquel Valle, en nombre deveintiúnpueblos que integran su municipio, acordó erigir dos lápidas conmemorativas, una en la Basílica de Santa Fe, centro del Valle, y otra en la casa nativa del egregio misionero. El día 6 de Octubre del año 1924, las inmediaciones de la vetusta Basílica presentaban aspecto pintoresco de extraordinaria animación.

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