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12 . Lo portentoso del P. Esteban de Adoain de los que atentaron contra su vida; ni ante las calum– nias con que se pretendió sembrar la duda acerca de su probidad, ni ante soberbios patentados _que inten– taron hacerle enmudecer. Sus audacias no eran explosiones esporádicas de excitaciones nerviosas o impulsivismos inconscientes. Eran fruto de un elevado espíritu de abnegación y de celo sobrenatural, efecto de uno de los dones del Espíritu Santo, que llamamos fortaleza. Un gran corazón cúpole en suerte al Padre Adoáin, por voluntad de Dios. Dió, en cada instante, todo el rendimiento exigido pop la alta misión que desempeñó.. . Tuvo por norma habitual escoger las empresas más nobles y elevadas. No conoció tibiezas en acometer, ni leri.titudes en ejecutar. Hallándose dando misiones en los escondidos case– ríos de Cabaniguán (isla de Cuba) recibió aviso del Arzobispo, de que necesitaba su ayuda en la. villa de Cauto. El Siervo de Dios se propuso llegar a tiempo. Emprendió sin dilación camino directo, entrando en la ciénaga tan temida por todos. Viajó veinte leguas. Ya · llegó a tiempo. Pero. Üegó mortalmente herido p_pr fie– bre alta, que no le abandonó en dos meses. El corazón del Padre Esteban elaboró los más va– riados sentimientos; sufrió impresiones -adversas y cho– ques rudos como ninguno.

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