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por el ·P. Gumersindo de Estella 12 r ble Padre Esteban y que usó, como misionero, durante– cerca de cuarenta años. No bien subí al piso de la enferma, su madre me salio al encuentro y me manifestó el dictamen del Doc– tor: la joven sufre una pulmonía doble temiéndose un desenlace fatal, a causa de la extrema debilidad de la enferma. · En efecto, tenía tempaiatura elevadísima; el rostro· encendido; los labios secos; fuertes dolores en los cos– tados; respiración difícil; hablaba con dificultad, dicien– do algunas incoherencias. Terminada la confesión con nii ayuda, le mostré el Crucifijo del Siervo de Dios. Le hice una breve 'narra– ción de algunos prodigios que con él operó el Vene– rable Padre. Le excité a la fe y confianza en Dios, ex– hortándole a valers~ de la intercesión de tan gran · apóstol. La bendije con la insigne reliquia. Rezamos un: Padrenuestro. Ella besó el Crucifijo varias veces con devoción.· Me suplicó que no me lo llevara; porque quería ella tenerlo sobre_el pecho, e lo que accedí muy de buena gana, porque ese era mi propósito. Antes de ausentarme le dije: «Esta santa reliquia · te . curará y en ese caso no te hace falta el Santo Viá– tico ... » . Al día siguiente me presenté en la casa de la en– ferma a las. oe:::ho de la mañana. Y antes que yo hablara para preguntar por ella, su madre se expresó así con singular viveza: «Ayer, dos horas después que se

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