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11 8 Lo portentoso <le! P. Esteban de Adoain - ---------'--- poniéndola en contacto con una pared maestra. Quiero ver de dónde viene el peligro ... Oigo una voz apagada como salida de un subterrá– neo: «¡Sáquenme pronto, que me asfixio! .. . » --gritaba el Padre Berardo de Araquil, que se hallaba oprimido bajo un extenso bloque de techumbre, cañizos y yeso. «Espere un momento -le grité-, voy a buscar quien me ayude ... ». Pero observé que ya salía arrastrándose como una culebra. Tambaleándome sobre el derrumbado techo, llego hasta el lugar de mi celda, la cual no existía. Reconozco las patas de mi mesa ... Con avidez y zozobra busco los cuadernos autógra– fos del Padre Adoain y sus cartas. La sorpresa fué grande. No pude contener un grito de júbilo. ¡Estaban intactos! En cambio, la mesa de la que hube de levan– tar bloques de ladrillo y yeso, presentaba impactos pro– fundos por toda la superficie. ¡Gracias, santo Padre Esteban! Eres un prócer ce– leste con enorme influencia ante el trono del Altísimo. Te debo la vida. En esta mesa estaría ahora machacada mi cabeza, si tú no me hubieras inspirado el deseo de levantarme para conte~plar la batalla. Te debo la co,n– servación de tus cuadernos y cartas. Y te debo no haber sido alcanzado por algún cascote de proyectil mortífero. No es esto todo. Un depósito de municiones que existía a doscientos cincuenta metros de distancia de mi · convento, fué al– canzado por una bomba, que provocó una explosión de
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