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-89- Terminado el sermón, una pareja de las de mal vi– vir fué despedida de una casa. Dirígense él y ella a otra vivienda; solicitando alojamiento. La dueña de la vi– vienda, despreciando la orden y amenaza del Siervo de Dios, los admitió, sin duda arrastrada por la codicia. Pero en el momento mismo en que entraban aquellos escandalosos, la desdichada dueña cae en tierra como herida por un rayo, muriendo repentinamente. í7"\ a.ña.na. mismo!,,, Pre<;licaba una m1s10n este gran Siervo de Dios en la ciudad de Santa Tecla (estado dé El Salvador) en el mes de Mayo de 1865. Comentando un día en el sermón la conversión y lá– grimas de Santa Magdalena, fué interrumpido por las voces de una mujer que clamaba en medio del auditorio: «¡Padre, quiero confesarme... que soy gran pecadora! .. » En efecto, era una joven que con sus desórdenes tenía escandalizada a toda la ciudad. Al terminar el sermón, sentóse el Padre Esteban en el Confesonario. Acercósele ella sollozando. Acabada la confesión, el Padre le dijo que era necesario que sé casase; pues sin sujetarse con ese santo Sacramento, no confiaba en su perseverancia. Contestó ella que estaba dispuesta a obedecer; pNo que no habría hombre que quisiera unirse con una mu- jer de tan pésimos antecedentes. ·
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