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-80- llegó a ser popularísimo. Ya no había quien no lo vene– rase con sinceridad. Cuando pasaba por la calle, los que estaban sentados a las puertas de los cafés, levantábanse y permanecían de pie y descubierta la cabeza hast2 que el Padre había avanzado un buen trecho; lo cual no ha– cían con ningún otro fraile o sacerdote. Iba desapareciendo el recelo y hostilidad con que allí se acogía todo lo que tuviera carácter religioso. Pero era necesario un golpe de la gracia divina. Y el Señor no lo negó. Una pobre mujer que habitaba en la Calle de Jerez, hallábase gravemente enferma. Había oído muchos ser– mones al Siervo de Dios, sobre todo los de la misión predicada en la misma ciudad de Sanlúcar en Abril de 1877. Había admirado la eficacia irresistible de su pa– labra. Lo había visto muchas veces por la calle con aquel continente tan modesto y de tanto atractivo. Ha– bía observado que toda la ciudad veneraba al Padre Esteban, que todos lo amaban como a padre y lo consi– deraban como un santo. De labios de algunos religiosos había oído el relato de no pocos prodigios operados por el Siervo de Dios en sus misiones de América. Pensó la pobre paciente, como la Cananea del Evangelio, que si conseguía recibir una bendición del Padre Esteban, o a lo menos besar su mano o su Hábito, el Señor la concedería el beneficio de la salud por los méritos de su Siervo. Y se decidió a llamarlo. La fe de las almas sencillas abre el corazón de Dios.
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