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-77- Sanlúcar de Barrameda (Espafía), se embarcó en el na– vío Victoria para trasladarse a Sevilla por el río Gua– dalquivir, en compañía del Padre Pedro de Castejón. Habían colocado los marineros una pasarela que ponía en comunicación el muelle con la nave, para que pudieran embarcarse cómodamente los viajeros. Muchos de ellos habían pasado ya a bordo, quedan– do los últimos el Padre Esteban y el Padre Pedro. Cuando los frailes se hallaban en el centro de lapa– sarela, ésta, apesar de estar bien segura, cayó al agua inopinadamente, y con ella, los dos pasajeros mencio– nados, los cuales desaparecieron bajo el agua. Al caer no se le ocurrió al Padre Esteban sino una exclamación de súplica, una jaculatoria. Muchos creyeron que los desgraciados perecían sin remedio, porque la marea era muy alta y mucha la pro– fundidad. Los Hábitos, con el golpe y con la fuerza de las- aguas que les salpicaron, quedaron empapados, siendo un enorme peso que les retenía en el fondo_. Todo esto, y la agravante de que ninguno de los dos sabía nadar, hacía imposible la salvación. Sin embargo, a los pocos instantes apareció el Padre Esteban asido a un hierro del navío, juntamente con el Padre Pedro. El Siervo de Dios no perdió la se– renidad; en cuanto sacó la cabeza del agua dijo a su compañero: t ¡Padre Pedro, aún vivimos y hemos de vivir para hacer guerra al diablo!. .. > Mientras ambos religiosos estaban asidos al navío,

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