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-66- villa. Mas el día 17 hubo once muertos. Y día por día iba aumentando el número de víctimas hasta llegar a veintisiete defunciones diarias. La población se hallaba consternada. Pero el terror y el pánico no tuvieron límites cuando el día 26 del mis– mo mes, a las tres de la madrugada fueron sorprendi– dos por un formidable temblor de tierra, que afortuna– damente no ocasionó desgracias personales. El día 21 había caído enfermo el Párroco. El 23 cayó D. Manuel Subirana. El conflicto del Padre Esteban era gravísimo. Él solo tenía que atender a centenares de enfermos; y te– nía que ser el paño de lágrimas de todos los vecinos. Mas fué tal su diligencia y su abnegación que no se le murió ni uno solo sin Sacramentos. De día y de noche estaba entregado al ejercicio de la caridad, recorriendo sin cesar las viviendas, acompañando cadáveres, enju– gando lágrimas, contesando moribundos, administrán– doles todos los espirituales auxilios. ¡Y aun había mentecatos que para acallar los remor– dimientos de la conciencia querían convencerse y con– vencer a los demás de que el cólera-morbo atacaba sólo a las mujeres! cuando todos veían que la guadaña de tan feroz verdugo no respetaba sexos ni condiciones. El día 24 el Padre Esteban exhortó a todos a asistir a una procesión que recorrería todas las calles de la villa. Lejos de cesar la peste aumentó su furia; fué el día que hubo más víctimas. ¿Por qué? pregunta el Pa-
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