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-G2- ciudad, ni precisar la fecha. Espero qu~ podré precisar· muy pronto ambos extremos. Predicaba, como de costumbre, en la plaza a un concurso de millares de personas. La voz del Siervo de Dios, que según afirman hoy todos los que tuvieron la fortuna de oírle, parecía la de una trompeta, era sufi– ciente para hacer entender hasta la última sílaba desde largas distancias. · Mas el volcán, que se hallaba en actividad, emitía tales y tan fragorosos truenos, que apagaba y cubría: las voces del orador, que en vano se esforzaba por ha– cerse oir. Por otra parte la lava y cenizas que en gran abundancia arrojaba el volcán tenían atemorizados a los habitantes de la ciudad y de los pueblos próximos, por lo que no pocos se abstenían de asistir a los sermones. Impaciente un día el Padre Esteban y contrariado, por la probabilidad de malograrse el fruto de la misión,, interrumpió su oración sagrada; quedó suspenso unos • segundos, durante los cuales sin duda levantó el pen– samiento y el corazón hacia Dios, y exclamó luego con resolución y con acento imperioso mirando al volcán y levantando la mano: «¡Calla!. .. ¡y deja predicar la palabra divina! ... >. Los oyentes quedaron atónitos al ver que el volcátli cesó de arrojar fuego en aquel instante, apagando al mismo tiempo el ruido formidable que producía. Cuando el Padre Esteban increpó al volcán ¿se acor– daría del átomo de fe que puede trasladar montañas, y

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