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-58- jar fuego del cielo; otros, que veían apariciones de monstruos horrendos que amenazaban lanzarse sobre la -concurrencia; otros, finalmente, que habían aparecido unas figuras horribles con machete en mano. Afligido el Padre Esteban al ver el terror de que era presa aquella muchedumbre, descendió del púlpito, lla– mó en su ayuda al Padre Bernardino de Capellades que le auxiliaba como catequista y se situó con él en medio de la plaza gritando: «¡Calma, silencio! ¡Esto no es nada!. .. » Viendo que de nada servían las palabras, el Padre Esteban entonó la Salve en medio de la plaza; pero tampoco cesaron los alaridos y gritos del público. Entonces rompió como pudo por en medio de aque– lla muchedumbre consternada; subió de nuevo al púlpi– to y entonó el cántico Perdón oh Dios mío, invitando a todos a hacer un acto de contrición. ¡Cosa admirable! Desde aquel instante, dice el Padre Esteban en una carta a su Superior, tranquilízan– se las agitadas conciencias, vuelve la paz a los espíri– tus y cesan los alaridos y el llanto; y no se oye más que la voz de los misioneros. Momentos después corren los más significados incré– dulos a la iglesia y a la casa de los misioneros pidiendo confesión. Este suceso fue ruidosísimo y causó muy honda im– presión, no solo P-n Chalatenango, sino en toda la Re– pública de El Salvador, en la República de Guatemala
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