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--56- La ciudad de Chalatenango, importante por su co– mercio, era un nido de corrupción, un asilo de los siete pecados capitales. Sodoma la llamó alguien en una carta, refiriéndose a la época anterior a la misión. Rei– naban en ella la vagancia, la usura, la embriaguez, el robo, el asesinato, el escandaloso amancebamiento de toda clase de personas, tanto casadas como libres, yen– do en esto a la cabeza los que por su posición social estaban obligados a dar buen ejemplo. Al acercarse el tiempo de la Santa Misión, el Obis– po dirigió una Carta Pastoral a los de Chalatenango, exhortándoles a aprovecharse de ella, significándoles que era el último llamamiento de Dios. Cuando se trató de llevar misioneros, nadie creía en el fruto de la predicación. Se tenía por descontado el fracaso. Buen número de personas se dedicaban a propalar falsas noticias, a sembrar desconfianzas contra los mi– sioneros, a inventar medios para conseguir el fracaso de la misión; incluso escribieron al Gobierno que los faccio– sos intentaban un golpe de mano para los días críticos escogidos por los misioneros para la labor apostólica. Sin embargo, comenzada la predicación, se observó un movimiento de reacción saludable. El auditorio era cada día mayor; tanto, que no cabiendo la gente en el templo, el Siervo de Dios se resolvió a predicar en la plaza ya desde el segundo día. Y sus sermones termi– naban entre los sollozos de millares de personas.
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