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-54- Uno de los días habló sobre las confesiones y comu– niones sacrílegas y sobre la necesidad de evitar la ver– güenza en confesar los pecados en el Sacramento de la Penitencia. El Padre Esteban no era ni sombra de lo que fué co– mo predicador. El sermón hubo de ser desaliñado. Oyéronle el Padre Saturnino de Artajona, que nos refe– ría este hecho, y el Padre Leonardo de Destriana. Am– bos habíanse trasladado de Mairena a Sevilla para ayu– dar al Siervo de Dios en el confesonario. Los dos religiosos mirábanse mútuamente durante el sermón di– ciendo entre sí: «¡Qué mal va esto! ¡Qué desmayado y qué desconcertado! ¡Este hombre es un cadáver! ¿Qué va a decir el público? ¡Qué desilusión para los que lo han traído!. .. ». Y los dos estaban avergonzados, según confesión del mismo Padre Saturnino. Mas su sorpresa y su asombro no tuvieron límites cuando al sentarse en el confesonario observaron que todos pedían hacer confesión general con visibles mues– tras de compunción. «¿Pero qué le ha movido a V. a hacer confesión ge– neral?)) preguntaban los Padres a los penitentes. «¡Ay, Padre, el sermón del Padre Esteban! ... » con– testaban todos. Aquello, decía el Padre Saturnino fué un prodigio del Cielo.

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