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-52- el fruto fué copiosísimo; tanto que no se ha conocido en el norte de Navarra misión de más provecho espiri– tual y más ruidosa que aqu~lla. Todos tuvieron esto como un prodigio. A.si lo ase– guraron los señores D. José Elía y D. José Cabodevi– lla, Párrocos de Olóndriz y de Arrieta respectivamente, que presenciaron aquella misión y ayudaron al misio– nero en la tarea de confesonario. Y vamos a referir otro caso ocurrido en Navarra. En Diciembre de 1876 predicó el Padre Esteban una misión en la villa de San Martín de Unx. Vivía enton– ces en la villa un joven médico llamado D. Víctor Sa– güés. Tenía este señor la mala costumbre de afear con blasfemias las frases de sus conversaciones. Oyó al Pa– dre Esteban. Sintió en su alma un fenómeno insólito; las lágrimas de compunción humedecieron sus ojos. Se confesó con el Padre misionero. Y desde aquel día no brotó de su boca ni una sola blasfemia. El que sepa lo difícil que es la súbita enmienda de un blasfemo, sabrá dar a este hecho la importancia que tiene. 6ntre republicanos Con sus predicaciones en Andalucía renovó los tiempos del Beato Diego de Cádiz, según se afirma alli universalmente. Gran parte del público de aquellas Provincias, que había presenciado o fomentado las algaradas y distur-

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