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-38- tanda las manos, exclamó sin poder contener su asom– bro y admiración: «¿Ha visto al Padre? ¿Ha visto al Pa– dre? ... ¡Venga Hermano, venga!. .. ) A lo que el Hermano contestó: «Sí, señor, sí; yo he visto eso hace unos minutos y lo he visto otros días!. .. » Mas ¿qué era lo que habían visto? En medio de la oscuridad de la habitacióm aparecía el rostro del Siervo de Dios todo iluminado y circunda– do de una aureola de suave resplandor que medía unos ochenta centímetros de diámetro. En la observación de tan extraordinario fenómeno, no hubo engaño posible. La habitación estaba oscura. Por la puerta entraba escasísima luz y no directa, la cual no era suficiente para producir resplandores. No existía espejo o cristal que reflejase la luz y la proyec– tara sobre el rostro del Siervo de Dios. Y si hubiese habido, el mismo Padre Esteban la hubiera esquivador ya que prefería oscuridad, obligando por lo mismo a cerrar los ventanillos. Como el Vivino '.JV\.aestro Una religiosa Capuchina de recto criterio y de gran virtud, llamada Sor Rosa de Guatemala, la cual vive en el Convento de Mataró, refiere que por los años de 1870, poco tiempo antes de ingresar ella en la Clausu– ra, vió un día al Padre Esteban, camino de la capital de Guatemala, rodeado de tales circunstancias, que era una

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