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-27- la muerte, y le mostró varios folletitos piadosos que contenían las fórmulas para el efecto. También le rogó que le aplicase la Bendición Apostólica, que don An– drés de Hoyos Limón había solicitado para él telegráfi– camente a Roma. · Una hora después de haberla recibido, expiró tran- • quilamente, abrazado al Crucifijo entregando su alma al Creador. Eran las cinco de·-la madrugada del día 7 de Octubre de ·1880. Los religiosos, que~no -podían contener las lágrimas, no se saciaban de contemplar aquel cadá– ver que quedó, dice uno de los médicos de cabecera, con la sonrisa de paz y dulzura que le había sido peculiar. El Padre Bernardino de Belliza, que era su confe– sor, y el Padre Pedro de Usún, Vicario del Convento, hiciéronse cargo del venerando cadáver para amorta– jarlo. Ambos quedaron profundamente conmovidos al encontrarle un cilicio clavado en la ·cintura. La noticia de la muerte del Padre Esteban, corrió por la población con la velocidad del relámpago. Per– sonas de todas las clases sociales corrían en tropel al Convento, llorando la muerte de aquel a quien llama– ban el santo. Tres días estuvo insepulto el cadáver, expuesto a la veneración de los fieles; · y durante los tres días estuvieron la iglesia y el atrio llenos de gente. Los Colegios de niños de Sanlúcar fueron a venerar el cadáver conducidos por sus maestros. Y no hubo en la población quien no se postrase ante el féretro para be– sar los pies del Padre Esteban.

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