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-14- Santiago de Cuba poniéndose a las órdenes del Arzo– bispo Venerable Padre Claret. Este santo Prelado com– prendió la valía del Misionero y le envió a predicar mi– siones por todos los pueblos de su Diócesis. Sin descansar un solo día recorrió durante seis años las aldeas y ciudades haciendo penosas marchas de diez, quince o veinte leguas ya a caballo, ya a pie bajo un sol abras~dor o empapado en agua, por terrenos pantanosos generadores de la viruela negra y de la fie– bre amarilla. Predicaba en amplias iglesias, en las pla– zas, en pobres cabañas o en cobertizos tabaqueros. Cuando el Padre Esteban hacía resonar en las aldeas el ronco zumbido del caracol marino, de todas partes afluían las muchedumbres y lo abandonaban todo por asistir a sus misiones. Reuníanse habitantes de pueblos de quince leguas de distancia, en época de lluvias to– rrenciales, atravesando caminos llenos de fango, y a veces pasando ríos con agua hasta la cintura. Es inenarrable el efecto que producía su predica– ción. Pecadores encanecidos en el vicio, deshonestos inveterados y públicos, personas de cuarenta años que jamás se habían postrado a los pies de un confesor, hombres indiferentes en Religión echábanse a sus pies, anegados en llanto, pidiendo penitencia, confesando en voz alta sus crímenes. La labor del Padre Esteban era tan dura y tan con– tinuada, que ninguno de los compañeros que le daba el Venerable Padre Claret para ayudarle, pudo resistir

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