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-9- a la frontera de Francia. Creyendo el General Rodll que los fugitivos-iban a sumarse a las tropas carlistas que escoltaban al augústo caudillo, fué a marchas forzadas en su persecución. Avisados los frailes, huyeron, dirigidos por el Padre Guillermo de Ugar, a los montes de Bértiz. Entre tanto el impío Rodil daba fuego al Convento de Vera y redu– cíalo a ·cenizas, afectando la gallardía del que ha toma– do un castillo inexpugnable. De Bértiz se trasladó el Padre Esteban a lrurozqui, pueblo en que ya había ejercido algunas veces verda– deras funciones de Párroco. Pero avisado del punto de concentración de la dispersa Comunidad, pasó al Con– vento de Tudela. Esperábale una nueva desventura. En Marzo de 1836 se publicó la ley de supresión de Comu– nidades religiosas. Y aunque en Navarra tardó mucho en ejecutarse, por fin alcanzó en 1838 al Convento de Tudela. ¡Durísima prueba! La pesadumbre que experi– mentó el Padre Esteban al despojarse del Santo Hábito, 1 le acarreó una grave enfermedad que le duró dos meses. De nuevo se refugió en lrurozqui. Pero no resignán– dose a vivir sin el Hábito, salió de España, se trasladó a pie a Italia, donde escogió por morada otro Convento de la Orden. Cuatro años vivió allí, durante los cuales no quiso permanecer ocioso. Aprendió luego la lengua italiana y predicó en varios pueblos con gran aceptación y no poco provecho de las almas, según afirma el Venerable
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