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-111- El Siervo de Dios gobernaba sus súbditos con ex– quisita prudencia y gran caridad, haciéndose todo para todos; pero al mismo tiempo era vigilante exacto de la observancia regular. El Convento de la Antigua era un fecundo campo en que florecían las grandes virtudes religiosas, a la vez que seminario de abnegados apóstoles. En la Comuni– dad reinaba la unión más perfecta, mediante el ejercicio de la caridad. Por aquel tiempo hallábanse E.O la enfermería del Convento varios religiosos, de los cuaíes alguno guar– daba cama y otros estaban simplemente retirados con dispensa de la observancia. En la misma enfermería había una cocinilla y una despensa en la que se guardaban las provisiones para los enfermos; huevos, leche, chocolate, carne, algunos postres, etc. Un día, sin que el enfermero, que era Fray Isidro de Tordera, hubiera dejado la llave a nadie, faltaron las provisiones que necesitaba para sus enfermitos. Calcú~ !ese la turbación del pobre Hermano y las sospechas y juicios temerarios que formaría contra alguno o algunos de los religiosos. Ya se deja entender que el enfermero redobló la vigilancia y tomó precauciones. Mas de nada sirvieron; porque otro día desapareció gran parte de las provi– siones. Se indignó, protestó, delató el hecho al Padre Esteban, habló con los religiosos manifestando inten-

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