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-102- gíase todo el pueblo en procesión hacia la casa de Mu– ruzábal en que se hospedaban los misioneros. Los hombres, que iban los primeros, detuviéronse formando línea cerca, de la citada casa. Dos de ellos, don Eladio Barado y don Víctor Sa– güés, médico de la localidad, cambiaron algunas frases comentando el celo y fervor del misionero. Entre tanto, todos cantaban las letrillas del ¡Perdón oh Dios mío! Tras de los hombres venía el Padre Esteban con el crucifijo del púlpito en las manos, acompañado del otro misionero, del Párroco y dos monaguillos. Al llegar al lugar en que se hallaba don Víctor Sa– güés, el Siervo de Dios se detuvo un instante, se vol– vió hacia él y le dirigió una mirada dulce, pero pene– trante. Y sin decir palabra, continuó su marcha. Don Víctor dijo a don Eladio Barado, hablándole al oído con visibles muestras de admiración: (¡Me ha leído la conciencia y sabe de qué hablába– mos!. .. )) Al día siguiente el mismo don Víctor fué a confesar– se con el Padre Esteban y ya no se le oyó una sola de las blasfemias que hasta entonces por costumbre pro– nunciaba a cada frase. Cuatro años más terde, al saber don Víctor la muer– te santa del Padre Esteban, pidió y obtuvo una reliquia del Siervo de Dios que hoy se halla en poder de don Eladio Barado.

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