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-100- tuosamente hasta la cintura, dáhdole·un aspecto como de Profeta de la·Antigua. Ley. Aquel adorno que embellecía al Siervo de Dios y que es tan desconocido en los países tropicales, les in– trigaba, les causaba una comezón en las entrañas que pudiera llamarse envidia mezclada de rabia. Debieron preguntarse en sus adentros: ¿Será por esa barba que estas infelices muchedumbres están encantadas de ese hombre? El joven revolucionario se creyó con obligación de ser más atrevido que los demás. Y concibió el propó– sito de quemar la barba al Siervo de Dios en cuanto el público desalojara el local. ¡Donosa venganza! en aquel país muy significativa; y en aquel joven muy intencionada: pues ya se ve que pretendía dejar al Padre Esteban sin el encanto que a Juido de nuestros pequeños revolucionarios, le serví, para arratrar las muchedumbres; quería dejarlo sin fuer– za, como Sansón sin cabellera. Pero terminado el sermón, el Padre Esteban des– cendió del púlpito y en lugar de dirigirse como de cos– tumbre hacia el altar, se abre paso por entre la apiñada muchedumbre y llega hasta el pequeño grupo de anti– clericales ·y ofreciendo la barba al más atrevido, le dice con dulzura: <Quémala, hijo mío, quémala; pero conviértete y confiésate y salva. tu alma!. .. » :'. Atónito y confuso el joven al ver que el Padre Es– tebim había penetrado sus pensamientos y descubría

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