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-95- Dios no podía dejar impune semejante acto de impie– dad, anunció una general expiación como castigo del Cielo. Y levantando su crucifijo, exclamó: <¿Piedras queréis? ¡Piedras tendréis!. .. > Y en efecto: durante varios años continuos los cam– pos de Lumbier fueron arrasados con formidables pe– driscos, que hacían recordar la profecía del Capuchino. Los que hemos pasado nuestra infancia en Nava– rra, oíamos comentar este suceso considerándolo como profecía de un santo, sin que riadie pusiera en duda el carácter providencial del mismo. Mas ocurre una pregunta: Siendo pocos los culpa· bles, ¿por qué había de alcanzar el castigo a toda la villa? No es propio de este lugar discutir esto. Pero quie– ro recordar que los ultrajes públicos a la Religión, al culto o a sus ministros y la negligencia de las autorida– des en reprimir actos de impiedad, suele castigar el Señor con penitencias públicas, como vemos en los Sagrados Libros. No debe olvidarse que por un peca– do de David fué castigado todo Israel con la peste. 'N'o perseveraréis En el mes de Enero de 1879, predicaba el Padre Esteban una misión en la ciudad de Paradas (Andalu– cía), despertando el mismo entusiasmo y produciendo el mismo fruto que en todas partes.
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