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mareado. Entra dando tumbos... PRESIDENTE.- De morir, aquí, junto a mis fieles estatuas. (Tropieza.) ¿Por qué tanto desorden en mi santuario? ¡Jorge, Beatriz! (Logra encender las luces.) ¡Oh, no! ¿Quién ha entrado a profanar mi catedral, mi olimpo, mi parte– nón? ¡Oh, Atenea, han hollado tu acrópolis! Resucita, Fidias, y golpea. Destruye a las hordas salvajes que se atrevieron a mancillar este santuario. ¡Mátalos a golpes de tus mazos y cinceles! (Bebe y bebe.) ¡Jorge, Beatriz! Jorgito, mi bello efebo, ven a mi lado. (Cae sobre el sofá.) Ven a besarme, a curarme, a peinarme, que debo salir ante el pueblo, bello también yo, adorable. Ven, mi amor... (Bebe.) ¡Beatriz, mi bella Galatea, Diana Cazadora, Venus, cuerpo de diosa, hembra insaciable, orgasmo vaginal asqueroso, impúdica, ninfómana... ven, ven para acariciar tus cánones perfectos! (Llora como un niño.) Me han dejado solo. ¡Pueblo maldito, piara de cerdos, hijos de puta, malnacidos! Defiendan mi palacio. Maten, maten, maten, masacren a estos hijos de perra... Se levanta con dificultad y enciende el equipo de sonido. Irrumpe una música renacentista, por ejemplo Lamento de Tristano. Luego de unos compases serenos y naturales entra música de percusión. Se oyen carcaja– das prolongadas. Se van entremezclando diversos ritmos caprichosamente. ¡Oh, Lamento de Tristano, trovadesco inefable... (Se incorpora, pero cae de nuevo. Carcajadas y viento.) ¿ Qué espíritu maligno se ha colado en estos sagrados pentagra– mas? (Beodo del todo.) Leonardo da Vinci, manda a tu Gioconda que vomite esta música por el ano, carajo. ¡Calla! (Entra otra vez música renacentista.) Tengo miedo a morir. Mi vida entera entregada a este pueblo desprecia– ble. Venid a mí, hijos de mala madre, abortos, venid a mi 77

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