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comprenderás la pequeñez de tu madre, y su grandeza. Te juro que no te avergonzarás nunca de mí. Estoy represen– tando a una estatua famosa. NIÑO.- Eres más linda así, mamacita mía. Y no me gusta nadita que ese hombre te esté tocando. Y a Leonardo, tampoco. BEATRIZ.- Sí, mi hijito. Yo te prometo que de aquí en adelante tu madre será cazadora de sátiros, de déspotas, de sátrapas. NIÑO.- ¿Qué dices, mamita? BEATRIZ.- Sigue rompiendo, Luchito. Rompe todo. Que no quede ningún rastro de todo esto, donde tu madre fue una prostituta elegante, sin saberlo, indigna de ti, pero renacida aquí mismo a golpes; penetrada y poseída por los cinceles de tu padre. Rompe todo, hijo mío. 76 Beatriz, casi aluci•1ada, va quemando y rompiendo todo: documentos, slides, etc. Hace girar el bastidor de la pantalla y aparece el Cristo de Caspicara. ¡Ah! ¿estás aquí? Te hacía luchando con la gente del pueblo, muriendo de nuevo junto a los pobres, condenado otra vez por los buenos, por los defensores de la moral y de la religión, los auspiciadores de la cultura cristiana de occidente... Anda, échate a la calle, que este es el tiempo propicio del viento y de los huracanes. Y acaricia las cometas que suben, corno a-:.:ariciaste a los niños, a los pequeños, a los desposeídos ... Se percibe que alguien intenta abrir el pasadizo reservado. Beatriz toma a luchito y ambos a dos se esconden tras de las cortinas. Entra el Presidente por el pasadizo secreto tras forzarlo. Viste traje de campaña y viene fuertemente armado. Está herido, sucio, la ropa desgarrada. Trae una botella de whisky a la mano. Bebe con ansiedad a cada f'1stante. Está ya visiblemente

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