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infantiles bostezan y deliran por un pezón al menos, o dos granos de maíz o una papa cocida o un puñado de arroz. El niíio ha quedado mirando a Beatriz, cesando en sus golpes. Está sudoroso. NIÑO.- Me cansé, mami. Me duelen ya los brazos. BEATRIZ.- Mira: a esta mujer se los cortaron. Tú los tienes todavía. Tu padre te sonríe desde un cielo de cometas y de nubes y de brisas. NIÑO.- ¿Será cierto que el padre Leonardo me estará viendo ahora? BEATRIZ.- Claro, hijo mío. El te ve y te sonríe mientras rompes esa estatua. (Reinicia el ni11o su trabaío destructor. C/ose-up del busto de Venus./ Yo les daré los míos hasta que queden lacios de tanto amamantar cometas y bostezos ... Venus, despierta de tus sueños, y grita; grita. Exige que se alargue el rubor de tus muñones hasta hacerse nuevamen– te brazos para el amor y risa de tus hijos. Y vuelvas a parir; que mil guerreros nazcan otra vez de ti, Agamenón y Ulises, un caballo de Troya henchido de sandinos. Y Camilos, Leonidas, Casaldáligas y Romeros... (Golpea su cabeza contra la mesita de proyecciones. Casi gritando.} Oh, Leonardo, amor mío... (Llora./ NIÑO.- ¿Dónde está el padre Leonardo? ¿Por qué lo llamas? (Beatriz abraza al niño y lo acaricia.) BEATRIZ.- Yo te ayudaré, hijo mío. (Ambos siguen golpeando.) En un momento dado, el Niíío se levanta, curiosea el proyector y acciona el paso de otro s!íde. Aparece el Presidente acariciando morbosamente a Beatriz vestida de Diana Cazadora... NIÑO.- ¿Eres tú, rnami? ¿Y ese señor? BEATRIZ.- Marica. Es el Presidente. (Mira por todos lados.) Alguna cámara escondida. (Abrazando al niíío.J Algún día 75

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