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BEATRIZ.- (Rompe papeles de archivo y los va quemando.) ¡Cuántas maldades mías en todos estos documentos! NIÑO.- ¿Qué? Verán el fuego desde afuera. BEATRIZ.- No. Los cristales dejan ver desde el interior sola– mente, y no del otro lado. NIÑO.- (Indicando el foco del proyector.) ¿Y qué es esa luz, rnamita? BEATRIZ.- Es una máquina para... (le muestra un slide a la luz.) ¿Ves? Las figuras son chiquitas, ¿verdad? Pues mira ahora. (la proyecta.) Y ahora grandes. Son las ruinas antiguas de nuestros pueblos. Macchu Pichu. Para esto sirve esta máquina. NIÑO.- ¿Y si me meto yo adentro, me haré también grande? ¡Es una broma! BEATRIZ.- Hijo mío, tú no cabes aquí dentro, y tampoco en un mundo de cornetas arrastradas. Tú ya eres grande. Y lo serás mucho más. Para ser grande hay que romper muchas cosas, romperse uno mismo, destrozarse para revivir... (El niño sigue su labor destructora con ahínco. Beatriz queda embelesada en la proyección.) ¡Alma de los incas piedras sagradas, tus hijos, tras siglos de opresión, van a comenzar a ser más altas que tus rocas, Macchu Pichu! Van a comenzar a ser hombres libres. (Ha pas,1do otro s!íde: Hombre del altiplano. Pasa a las ruinas de lngapirca.) Tierra de los cafíaris, páramos altos y hombres empequeñecidos, sólo requeridos por los políticos de turno para arrancarles el voto en las urnas, y dejarlos luego en su mísera suerte; hombres de tierra parda, raíz de roca viva, barro sagrado de mi tierra, aplastado, traído y llevado. NIÑO.- (Sigue golpeando furiosamente la estatua caída. De vez en vez da otros golpes a pequeñas cosas a su alcance. En ocasiones se ha quedado boquiabierto oyendo a Beatriz.) Estás hablando sola, mamita, igualito que don Crespín, el ciego y viejo que vende brisas. BEATRIZ.- No, mi amor. Estoy grabando aquí mi voz para una 73

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