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NIÑO.- ¿Y si vienen los soldados? BEATRIZ.- No te preocupes. Nadie puede entrar aquí. En este lugar conocí a Leonardo. El trabajaba ahí abajo. Han incendiado su taller. NIÑO.- Pero, ¿y si vienen los soldados? BEATRIZ.- Nadie tiene llaves de este lugar. Sólo el Presidente Y yo. NIÑO.- ¿El Presidente? ¿El que mandó matar al padre Leonar– do? BEATRIZ.- Sí, hijo mío, él. Estaré ahora preocupado en defen– der el palacio, o habrá salido ya del país. ¡Marica! NIÑO.- (Accionando con el cincel y mazo.) ¡Que se atreva a entrar aquí! Pero, ¡qué cosas tan lindas! ¡Cuánta riqueza! BEATRIZ.- Pues vamos a destruirlo. El Presidente manejaba sus estatuas desde aquí. NIÑO.- (Distraído contemplando algún detalle.) ¿Qué dices mami? BEATRIZ.- Que el Presidente, rodeado de estas estatuas, creía que el pueblo era también 11n museo de estatuas. No le importaba que la gente estu,iera sin brazos, sin ojos o sin pies, sin trabajo, sin voz. Hacía de todo el pueblo lo que quería. Eramos sus muñecos. Tenemos que destruir estas estatuas, todo, porque de estas cenizas nacerá nuestra liberación. NIÑO.- Pero nos oirán y vendrán a buscarnos. BEATRIZ.- Que no, Luchito. Puedes hacer el ruido que quieras que no nos escucharán desde afuera. Las paredes están construidas de una forma especial. Rompe lo que quieras. NIÑO.- ¿Esta estatua? BEATRIZ.- Lo que quieras. Espera; te ayudo. (Entre los dos la hacen caer a tierra. Luchito comienza a rompetla a golpes de mazo y cincel.) Estás haciendo lo que tu padre soñó siempre. NIÑO.- ¿Quién? BEATRIZ.- El padre Leonardo. NIÑO.- Sí, comprendo. 72

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