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esculpirme como tú quieras. El viento se hace fortísimo. Siguen las campanas tristes sonando desgarradas. LEONARDO.- Este es el tiempo je los huracanes. Tienen que subir infinidad de cornetas hacia la altura. Sí: podría hacerte a mi medida, y hacer de nuestros hijos unos líderes del pueblo, escultores también ellos... Y yo me moriría de asco porque tergo manos para poseer a mil hembras, montar a todas las mujeres de mi pueblo y hacerlas parir multitud de hijos nuevos... No, Beatriz, no. Te amo de diferente modo. BEATRIZ.- ¿Pero, eres capaz de amar? A veces me pareces un monstruo de frialdad. LEONARDO.- Deja que mi virilidad se agoste, y que reviente el semen por las yemas de mis dedos corno si fueran falos encrespados. Y que siga haciendo hombres de los pobres muñecos de mi pueblo. Déjame, Beatriz, te lo suplico. BEATRIZ.- No: permíteme estar a tu lado. LEONARDO.- Tendrás que parir mil hijos. BEATRIZ.- Los que quieras. LEONARDO.- Y alumbrarte tú misma a una mujer nueva. BEATRIZ.- Lo que tú quieras. LEONARDO.- Toma. Te regalo mi mazo y mis cinceles. Golpea y golpea la piedra dura. Golpéate a ti misma. Haz de todo esto -que es parte de mi- el gozo de tu vida. Te poseeré aunque me muera. Que te penetren mis cinceles, que te posean. Y siente en el gol¡;e de mi mazo el latido de mis venas sobre tu propio barro... BEATRIZ.- No te canses, mi amcr. Tú ya me has poseído, y juro que pariré esos hijos que tú sueñas. Tu viento y tu huracán ya corren por mis venas. Tu mazo está latiéndo– me en las ingles. Te haré padre de mil hijos, te lo juro. Odiaré como tú, golpearé como tú. (Golpea frenéticamente el cincel como alucinada. Imagina estatuas en escena y va de una 60

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