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cho de ti, Beatriz. Te conoz:::o. He visto cómo se iba desmoronando tu barro, cómo caía el sarro de tu boca y de tu corazón. Te veo casi imagen nueva, mujer otra, renacida. Quédate ayudándome. Tú vete, Juanillo. Avisa de todo al Sr. Arzobispo, mi padre en la fe. Yo iré una vez que termine todo. Iré en la brisa, corno corneta, cabalgan– do el aire, por las n-u-b-e-s, por e-1 s-o-1 ... (Se desmaya.) BEATRIZ.- Juanillo, busca un poco de agua. Está bien el pulso. Sólo un desvanecimiento. Vof.,erá en sí pronto. (Busca en un bolso una colonia y se la aplica. lo espabila con mucho cariño. Pero sigue como ido.) LEONARDO.- El Señor nos defenderá. El es el Libertador... ¡Oh, sí, veo los cielos abiertos! Y una estatua grande, enorme en el cerro. Tengo frío. ¡Agua, agua! Saca los puntos con cuidado, Juanil'o. Ese bloque de mármol es raíz de mi pueblo. ¡Que viene el tirano! El ministro de Defensa está borracho! (Se r.'e.J Q-u-i-s-i-e-r-a c-e-1-e-b-r-a-r 1-a S-a-n-t-a M-i-s-a c-o-n u-, a-1-b-a d-e p-i-e-d-r-a... (Des– pierta.) ¿Qué pasa? BEATRIZ.- Descansa, Leonardo. LEONARDO.- No: Quiero celebrar la Eucaristía, encontrarme con el Señor Jesús, el hijo del Padre, el primero, el Maestro, el escultor verdadero de hombres nuevos. Luchito, prepara el altar. Usted, abuelo, toque las campa– nas muy suavemente. Corno un brisa, igual. Casi corno un son de sus moneditas. Y encienda las velas con un beso de brisa. Porque la brisa enciende, ¿verdad, abuelo? Quedan sólo Beatriz y Leonardo. Ha cesado la tormenta. Sigue el vienco. la escena casi en total oscuri– dad. Se enciende el interior de la iglesita. Suenan una campanitas tenues, aisladas, tristes. BEATRIZ.- ¿Por qué no me dijiste toda la verdad? (Silencio.) ¿Me oyes? LEONARDO.- Sí. Era necesario para seguir trabajando cerca de 58

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