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LEONARDO.- Sí: qu1s1era quedarme solo. Vendrán por mí seguramente. Yo tengo que reportarme ante el Maestro. Contarle las cosas... Que tal vez he sido un creído, un presuntuoso. Que quise hacer las cosas a mi modo. (Se agota.) Déjenme solo. Jorge me ha descubierto. Sabe quién soy y que era yo un enlace en palacio. No descubre mis contactos. Que era yo un enlace y una fuente de información sobre la represión organizada. Pero me acusan injustamente. Yo nunca alenté a la violencia, pero sí la insurrección de las estatuas, de ustedes ... Ayudé, es cierto, a descubrir las propias contradicciones del sistema. Y defendí que es preciso acercarse a Cristo desde los pobres, desde la práctica del empobrecimiento. Esta es mi teología. Y es que no puedo tener otra en esta realidad. Váyanse. Déjenme solo con el Maestro... (Casi delirando.) Yo soy sólo un aprendiz de cantería. Soy un imaginero del Padre. He luchado solamente por hacer personas, por sacar los puntos exactos de su dignidad... Soy un Praxite– les bautizado; un restaurador del arte de los hombres estropeados. ABUELO.- Pero tú, Leonardo eres nuestro. Nos perteneces y eres nuestro padre y nuestro hijo. Eres un trozo de piedra del pueblo, barro y arcilla, lodo nuestro iluminado. Eres nuestra alegría y nuestro viento. LEONARDO.- Gracias, abuelo, pero váyanse. Déjenme a solas con el Maestro. Nos encontraremos más tarde. Ustedes pónganse a salvo. Vayan al cerro hasta que la situación se haga clara. No quiero que nadie sufra por mi causa... la gente ha ido saliendo poco a poco de escena. Quedan solamente Beatriz, el abuelo, el niño y Juanillo. Aquí estoy seguro. Imagino que no les habrán seguido a ustedes dos. De ti, Juanillo, no tienen por qué sospechar. Nunca te involucré en nada. (Mira a Beatriz.) No, no sospe- 57

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