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atisba en la lejanía. Cambia el rostro de la gente de la angustia anterior a la esperanza. NIÑO.- Es el padre Leo. Es su señal de siempre cuando llega, su cincel y su martillo. Sí parece él... Pero viene herido. Camina con dificultad... Salta del columpio -cometa- y sale corriendo en dirección apropiada. la gente le sigue asustada... Se oyen disparos lejanos y alguna bomba. Salen al rato sigilosamente Juanillo y Beatriz. JUANILLO.- Es aquí, doctora. Le juré que nunca se lo diría a nadie, pero está herido. Y las cosas se ponen muy feas. Han hablado algunos de los contactos. Lo han descubier– to. Sé que ha logrado escapar. BEATRIZ.- Yo no veo nada. JUANILLO.- Estoy seguro que habrá venido por aquí. Esta es una de sus comunidades. El decía que este era su auténti– co taller de imaginería; que aquí lograba hombres verda– deros y no estatuas. BEATRIZ.- Jamás lo sospeché, Juanillo. Veía un algo en él incomprensible, pero nunca hubiera imaginado su auténti– ca identidad. ¿Tú te habías dado cuenta? Yo lo amaba, y lo amo locamente. El me ha moldeado en sus manos golpe a golpe, haciendo de mí una persona diferente. JUANILLO.- A mí también me esculpió. Y me enseñó el oficio, pero sobre todo me hizo ver que yo no era estatua de nadie, muñeco de ninguno, cosa, basura. Me enseñó a ser yo mismo. BEATRIZ.- Hay en sus ojos y en sus pestañas un aire que impulsa, que alborota la sangre, que embarca en una ventolera. ¿Cómo estará? ¿Habrá venido por acá? JUANILLO.- Seguro. Comienzan a oírse unas voces lejanas. luego un 54
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