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ABUELO.- No, no y no, doña Micaelita; el polvo se hace pájaro en la brisa... Comienza a insinuarse un viento lejano apreciable en escena a ráfagas. Y la piedra, veleta; y osadía el miedo; y el pisotón, montaña; y rocío el agua sucia; y el murmullo, grito; y uno y uno, cinco, o más: huracán, tifón, ventolera, tornado. Entran más nitfos con sus cometas guindadas a la espalda dispuestas a seguir jugando. NIÑO.- Abuelo, otra vez el viento. Y ahora será más fuerte. Ya está subiendo de nuevo mi cometa. NIÑO 2.- La mía va mucho más a prisa. NIÑO 3.- Préstame un trozo de tu piola. Salen los niños. Se abre la puerta de la capillita y aparecen en escena dos monjitas jóvenes acompañadas de un grupo de personas. Traen casi todas la Biblia. Las religiosas visten sencillamente, al modo de la gente. Apenas un velito acaso y una cruz de madera colgada al pecho. ABUELA.- ¡Madrecitas! Hace tiempo que las estaba esperando. HERMANA 1.- Estábamos reunidas con la comunidad. HERMANA 2.- Y ustedes, ¿arreglando el mundo? ABUELO.- Repartiendo brisas, madrecita. El abuelo toma la Biblia de uno de los del grupo y comienza a producir con sus hojas un airecillo que brinda a la gente. HERMANA 1.- Usted, don Crespín, siempre con la Biblia a 45
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