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cas de lágrimas y de penas. ABUELO.- Mangles ayer, doña Micaelita, pinos o guayacanes ... ABUELA.- Buena moza garbosa, ¿para qué? Para que mi Juan, que en paz esté, me montara, y hozaran luego en mi vida puta pobre todos los hijos de perra que me veían boste– zar. Y a mis hijos, con mocos y descalzos y hambrunas de mar negro. ¡Hijas de mala madre!, -los poderosos-, a quienes yo serví y luego montaban a mis hijas. Y a mí. Doncella para hijos de patrón, como primer durazno. ABUELO.- Pero aún es tiempo de brisas, doña Micaelita. Ahora o nunca. Hay que seguir soñando en levantarse un par de palmos de la madre tierra. Un poquito siquiera. Hay que aupar la esperanza, doña Micaelita. Si no nosotros, ellos al menos. El niño entra de espaldas jalando la piola de su cometa. NIÑO.- Abuelo, está buenazo el viento. Mi corneta se ha perdido ya entre las nubes. ABUELO.- ¡Animo, pelado! Es el tiempo propicio, ahora o nunca. Además, que la brisa se encuentra dentro de nosotros mismos. NIÑO.- ¡Otra vez con sus rarezas! ¿Está loco el abuelo? ABUELA.- ¡Canijo, malcriado, calla esa boca! El está cuerdísi– mo. Cuando muera el abuelo, se habrá quemado una biblioteca. ABUELO.- El viento está en la cabeza y en el corazón. Y en las venas. Una cabeza sin viento es como una bombona de gas llena de piedras. Ahora o nunca, pelado. Ha desaparecido el nííio de escena siguiendo el ritmo de su cometa. Regresa enseguida, asiendo el cabo. NIÑO.- Abuelo, se me acabó la piola. ABUELO.- Pues rásgate la ropa, pendejo. Y luego desmadéjate 39

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