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,. NIÑO.- Abuelo, dice usted unas cosas rarísimas que ni las entiendo. ABUELO.- Mira, mijo: yo me quedé ciego de tanto mirar al viento. He pasado toda mi perra vida tratando de empinar– me. Y un día, sin darme cuenta, llegué hasta el sol... NIÑO.- ¡Exagerado! ¿Y allá encendió su cigarrillo? ¿Y allá se cargó de arrugas? ¿Y allá se descuajeringó una pata? ¡Exagerado! ABUELO.- Malcriado. Ven acá. Escucha: la brisa es una mujer con corpiño de nubes y de céfiros, y caderas de cierzos y huracanes. Me la sé de memoria. Yo la he amado en todititos los quiebros de su cuerpo; me he sorbido su aliento y me he emborrachado con sus besos... NIÑO.- ¡Abuelo, pero si usted no besa ni la estampa de San Jacinto! ¿Por qué dice usted tantas tonterías, abuelo? ¿El viento tiene cuerpo? ABUELO.- Sí, pelado, sí. Enamórate del viento, mijo, Hazle el amor ahora. La brisa te aupará igual que una cometa. Ella te montará sobre sus lomos y tú la poseerás. Y ella engendrará en tus venas nuevos vientos. Y subirás. Apréndete la brisa de memoria. Esta es la hora propicia. Ahora o nunca. Es el tiempo propicio para las cornetas. Todos somos cornetas. Solamente las cabezotas de piedra o hierro, sin sueño, son incapaces de volar. NIÑO.- Abuelo, o lo que dice es una tontería más de las suyas o yo no entiendo nada. Durante la conversación, el niño ha estado jugando con su cometa, entrando y saliendo de la escena. En este momento sale como jalado violentamente por el viento. ¡Abuelo, ya se me disparó del todo la corneta! ABUELO.- (Olfateando y como palptmdo el ambiente.) Sí: ya llega, ya llega. (Voceando./ ¡Brindo brisas, brindo brisas! Regalo porcioncillas de vientos a cambio del brillo ele una monedi– ta... Que tocio el mundo suelte sus cornetas. Esta es la 37

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