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Grandes aplausos. Suenan recios los cinceles. Despiertan al Ministro. MINISTRO.- Carlomagno y Pepino no hubieran hablado mejor. Sr. Presidente, brindemos por esa tumba de estatuas, digo, de museo o Padrenón, Lubre de vaca o Yankee Stadium. ¡Viva la Raquel Welch -buena estatua, carajo- y la Marilym Monrroe, que tampoco era manca, corno la Venus! ... Se abraza con el Sr. Presidente con una camaradería inusitada. Y venga también usted, Sr. Embajador. (Lo abraza y besa babeando.) Y usted, adorable ser1ora, rny first lady, más, más, más (Se tambalea.) que la estatua de la libertad... Y su Eminencia, Sr. Nuncio del Papa. Y tú, Jorgito, mi amor... (Mirando al Presidente y al Nuncio.) ¡Es mío! Que no me lo quite nadie... (El Nuncio da un paso hacia el Ministro y éste se interpone) No, Sr. Nuncio; no me lo lleve corno un capón a la capilla Sentina... NUNCIO.- Sixtina, Sr. Ministro, Sixtina. MINISTRO.- Sentina; he dicho sentina, carajo; que allá se cagó Miguel Angel y todos los Borjia, Mussolini y Kissinger y el Vaticano Segunda... Brindemos ... PRESIDENTE.- (Tambaleándose un tanto, ya borracho también.) Y ahora otra sorpresa. Siéntense de nuevo. Vamos a ver y a sentir y a palpar las Bellezas de la antigüedad, sus réplicas vivas. Les invito a contemplar la danza de las estatuas vivas. Y acarícienlas, ámenlas, gústenlas. Yo las he hecho nacer para ustedes. Las he engendrado yo. Las he parido yo mismo. Las he alumbrado a la vida por arte y gracia de mi ingeniosidad... Se hace la luz tenue y surgen distintas fluorescen– cias a colores estratégicamente colocadas en los lugares 29

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