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... PRESIDENTE.- Pasemos a mi recámara. Es rni oasis, rni lugar de reposo, el santo templo de mis hedonismos clásicos. En las mezquitas se obliga a descalzarse. Aquí a vestirse en ambiente de época. Entrarnos al Renacimiento. Jorge y Beatriz han seguido arreglando algunos detalles. La solana queda esplendorosa con luces indirec– tas a colores sobre las plantas y estatuas. Los pebeteros ambientan la escena. Han preparado las dalmáticas que irán entregando a medida que los invitados entran en escena. ¡Bienvenidos, amigos! Pasen, pasen. Están en su casa. Entra primero el Sr. Presidente. Da paso a sus invitados desde la puerta. Tiene alguna palabra amable e identificadora con cada uno de ellos. Beatriz y Jorge les van ofreciendo las dalmáticas... Desde que se inició la recepción de invitados, los martillos y cinceles han ido subiendo su tono y ritmo de trabajo. Jorge, por favor, manda que callen los cinceles y marti– llos. Son mis obreros en el taller de cantería, artífices de algunas de estas preciosas réplicas. Y su maestro, Leonardo, gran tipo él, aunque rudo y sin imaginación, imprime a las veces tal ritmo a su trabajo casi creador que pareciera querer terminar con todos los bloques de Garrara, Eminencia. Al Nuncio de su Santidad se le apreciará mucho el cuello romano bajo su dalmática. NUNCIO.- Sr. Presidente, tiene su excelencia un gusto exquisi– to. Va a hacer de su Gobierno una arcadia de paz y un oasis de fecundidad. PRESIDENTE.- Molto Gentile, monsignore. Esta es mi capilla Sixtina -con todo respeto-. 19

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