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PRESIDENTE.- Hasta pronto, mi amor. Ponte bellísima. Que el espejo tenga envidia de ti. Queda sola Beatriz. Se acerca al espejo. Se contem– pla y sonríe. Cambia de rostro poco a poco hasta llegar a una expresión deseS1Jerada. BEATRIZ.- ¡Prostituta, ramera hetaira, hija de perra! ¿Por qué, por qué? Por seguir vivie;ido. Dinero, joyas, apartamento, viajes. ¿Y tu pueblo? ¡Hija de puta, manceba! No tienes alma. Eres una terracota ardida a causa de tanto mano– seo, traída y llevada, prostituida. (Llora amargamente: se desgreña.) Tierra otra vez, lodo germinador, raíz de mi pueblo. Y cúbreme, móntame, poséeme, despréciarne! Desnúdame, Leonardo, desnúdame, pero hazme nueva, alúmbrame. Desnúdame :::>ara que a mí misma me engen– dre y pueda parir después hijos de carne y hueso, libres, dignos, con manos y con pies y con ojos y con voz... Pero ¿quién eres que así me persigues y me obsedes? 18 Cae al suelo, se revuelve, se golpea la cabeza... Poséeme, mi amor, o ayúdame a parir, pues que ya me poseíste. Pujando está en mi pelvis el latido de una mujer otra, diferente, nueva, renacida. De nuevo las voces alegres acercándose. Se incor– pora rápidamente. Se arregla. Retira la máquina de proyecciones y gira 'a pantalla. Entra Jorge y se viste la túnica renacentista. Ayúdame. Enciende los pebeteros y pon la música renacentista. Prepara las dalmáticas. Se entibia la /u.z. Corren las cortinas. Se escucha la voz del Presidente sln entrar todavía.

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