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Revivirlas, ¡oh genialidad la mía! Y todo gracias a tu arte, mi querida Beatriz, a tu sumisión obsequiosa. Beatriz se acerca al Presidente, lo abraza, lo besa y queda tendida con él en el diván. Comienza a vestirse la túnica renacentista. BEATRIZ.- Sí, señor Presidente. Sólo su ingenio y su extraordi– nario sentido estético han sido capaces de idea tan brillante. Yo estoy a sus pies. PRESIDENTE.- Gracias, Beatriz. Te miro, te contemplo y creo ser corno Pigmalión, rey de Chipre, que esculpiera con sus propias manos una estatuilla de marfil. Y se enamoró de ella. Y solicitó a Afrodita que la diera vida. Y así nació Galatea... BEATRIZ.- ¡Oh, mi señor! Yo le pertenezco. El Presidente se acerca mucho a Beatriz, la acaricia y simula ir esculpiéndola. PRESIDENTE.- Con mimo exquisito esculpiré tus pómulos, y tus ojos, y tu boca, el rictus de tus labios, la turgencia de tus senos... Y ¡oh, si pudiera también hasta cincelarte el alma y el pulso de tus venas, y el rumor de tus quebra– das! Pero natura madre me alumbró con ritmos diferentes preferentes. BEATRIZ.- Pigmalión, rey de Chipre, yo soy tu esclava. PRESIDENTE.- Y yo tu vasallo, mi linda y divina Galatea. Saca de una gaveta una cajita de joyas. La muestra a Beatriz. Es para ti. Te la mereces. (Se la coloca al cuello.} Debes lucir esplendorosamente ante mis invitados. Los haré pasar dentro de unos instantes. Adiós, mi Galatea... BEATRIZ.- Mi Pigmalión... 17
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