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ella misma.) La obsequiosa, la usada a cambio de una vida hueca. Y para tenerlo todo tienes que dejarte ser estatua plácida, títere, muñeca, albañal ... Queda contemplándose en silencio, ensayando poses de mujer elegante prostituida. Se complace en sí misma con muecas contradictorias. Comienza a llorar. Se echa la mano al vientre como presa de un gran dolor. ¿Qué es esto? Dolor de parto inminente. Estás ya próxima a romper aguas y a embarcarte, Beatriz, en una vida nueva. ¡Un hijo de él! Tuyo. Leonardo, tuyo... Eres payasa. Está como histérica. Ríe y llora al mismo tiempo. Sígue maquillándose. Ha entrado el Sr. Presidente sin ser visto. Contempla a Beatriz con una gran complacencia. Se acerca por detrás. PRESIDENTE.- Payasa no, mi bello arlequín de colores y formas excelsas. La abraza por detrás y le coloca sus manos sobre los senos. Beatriz queda como petrificada. Un busto que la Venus de Milo envidiaría. El Presidente va acariciando su cue1po sin morbosi– dad, sólo con un roce estético. Le suelta el escote y aparecen sus senos. ¡Cánones griegos, perfección absoluta. La piel del durazno se avergonzaría ante ti, mi virgen vestal! Cae la túnica de Beatriz y queda con el solo faldellín de seda que se colocara al endosarse la túnica. El Presi– dente se quita su paíiuelo de seda y lo coloca al desgaire 15
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