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regusto de sus amigotes. Más les valdría darse una vuelta por nuestros suburbios, aliá donde viven las estatuas verdaderas, pero sin voz, sin ojos, sin manos, analfabe– tas, muertas, sin esperanza. JORGE.- ¿Ahora subversiva? BEATRIZ.- No, Jorgito. Es que siento vómito de la vida; me suben unas náuseas extrañes desde la raíz de mis arcillas. Estoy embarazada, Jorgito. Me ha cabalgado una dula de potros salvajes; me han penetrado todos sus cinceles, y he engendrado ya, Jorgito; he engendrado ya, y presiento que voy a parir de un momento a otro. JORGE.- ¿Pero has perdido la razón, mi linda virgen vestal? BEATRIZ.- No, Jorge. Hoy he recuperado mi virginidad perdida. 14 He sido hasta hoy una prostituta: manoseada, utilizada, usada, acostada y revolcada. Pero intuyendo estoy ya una maternidad que me canta en el quiebro de las ingles como una primavera que puja desde el fango... (Comienzan a oírse voces alegres en las habita– ciones contiguas.} Sal tú, Jorgito. Parece que vienen. Déjame unos instantes para recuperarme. Atiende tú, por favor, y excúsame un instante ante el Sr. Presidente. Sale Jorge. Beatr.'z se coloca ante el espejo arre– glándose. Se contempla toda desgreñada. Queda unos instantes observándose en el espejo. ¿ Qué hay detrás de tu rostro? Barro, sólo barro, como dice Leo. Barro todo mi cuerpo, arcilla moldeada, igual, igual que los Iodos de mi pueblo. Huelo a perfume caro. Ellos, mi pueblo, a sudor y rabia. Arcilla pisoteada, manipulada, hecha piedra a ,.:;ausa de tanto aplastamiento; insensible ya, quieta, estática, como los toros de Guisan– do... Pero tú, ¿quién eres, Beatriz? La manoseada. (Lo hace
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