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Déjame que seque el rocío de tus ojos y esponje tus pestañas. (Lo hace.) ¡Bellas espigas negras al borde de la alberca de tus ojos! BEATRIZ.- Disculpa, mi efebo coronado de pámpanos, dios Pan dulcísimo, divina siringa, pífano y flauta. Ríen ambos locamente. Se abrazan. JORGE.- Hagamos las paces, diosa del Olimpo. Sigue limpiándole el rostro con una delicadeza infinita. Se le arrodilla en una zalema muy reverencial V besa sus píes. Ella ríe a carcajadas. Te adoro divina Astarté, reina del amor... No quiero preocuparte, amor. Se ha descubierto un plan muy bien urdido. Pero alguien ha cantado y dado nombres. ¡Cómo lo han torturado! Sangraba de los ... BEATRIZ.- ¡Dilo, anda, dilo; no te avergüences! Sangraba de los testículos, de las huevas; de ese barro ennoblecido de los machos de mi pueblo, cincel empedernido de vidas. Sí, de ahí sangraba. Y tú te solazas con ello, Jorge, porque nunca has tenido entre tus manos, ni has acariciado ni besado las virilidades de un hombre de verdad. (Llora.) JORGE.- Pero, Beatriz, amor, no escupas sierpes de tu boca de durazno. Estás desconocida. BEATRIZ.- Perdóname. Son los nervios; por favor, sírverne un poco de agua, Jorge. Pero es que no puedo estomagar ver cómo castran un poco a los impubes de mi pueblo para que canten. ¡Castrado está mi pueblo corno estatua asexuada, sin virilidad! JORGE.- Serénate, amor. Está por llegar el Sr. Presidente con sus invitados. Ya ves que no pasa nada. Hubiera suprimi– do su recepción particular. La fiesta no se aplaza. BEATRIZ.- ¿Y tendremos que preparar el show, no? Y tú y yo a hacer de maniquíes. Dos muñecos más para su solaz y 13

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